Romper paradigmas dentro del rock 'n' roll puede parecer fácil si eres un artista como David Bowie, pero seguirlos rompiendo y seguir evolucionando tal y como él lo hacía, puede resultar difícil, pero para Bowie no lo era. Ello se refleja en su música y en su arte.
Como previamente les reseñaba, David emprendió sus primeros pasos como músico a mediados de los sesenta formando parte de algunas bandas, bajo la tutela en mímica con Lindsay Kemp y estableciendo los moldes de todas sus influencias. Bajo el sonido del pop barroco, su álbum debut homónimo no causó mucho impacto en el verano de 1967, el cual, a pesar de no lograr ningún rédito comercial, le ayudó a emprender todo un recorrido hacia al estrellato que conllevó unos cinco años. Para 1969, Bowie empezaría a hacerse hueco en el mundo artístico con Space Oddity, de sus canciones más conmovedoras.
Durante 1970, logra reencontrarse a sí mismo con The Man Who Sold The World, uno de sus álbumes más oscuros y personales. Sin embargo, con Hunky Dory, un año después, opta por formar una banda de acompañamiento, quienes le encaminaron hacia un punto de inflexión en su carrera. Pero no sería hasta un año más tarde que David se convertiría en toda una estrella gracias a Ziggy Stardust y los Spiders From Mars, marcando pauta dentro del naciente glam. Su arrollador éxito continuó con trabajos como Aladdin Sane, llevando su popularidad hasta los Estados Unidos.
Tras matar a Ziggy y romper con los Spiders, Bowie se vuelve un artista cada vez más extravagante. Con Diamond Dogs, una semi-adaptación musical de la novela 1984, relata dentro de las canciones un futuro post-apocalíptico en medio del totalitarismo.
Esta etapa a continuación, emplea ambiciosas ideas bajo un método de trabajo ecléctico, como la consecuente gira, repleta de una teatralidad ya desbordante...